Actualidad

De la Semana Santa cordobesa

04/04/2010

Un día de tradiciones

"Mientras en la mayoría de pueblos de nuestra provincia se iniciaban las diversas procesiones con las primeras luces del alba, en Córdoba el amanecer del Viernes Santo llegaba más tarde. Aún se mantenía en el ambiente el olor a incienso de la larga noche anterior y en la mesa había bacalao, en una de sus muchas versiones, y torrijas. El Viernes Santo es así, un día de tradiciones.

De tres en tres avanzaban los nazarenos de la Hermandad de los Dolores. A los sones de Desconsuelo el paso del Santísimo Cristo de la Clemencia se aproximaba al primer templo de nuestra diócesis. La Imagen, recién restaurada en el taller de Regespa, aparecía flanqueada por ocho faroles plateados que evocan en el observador aquella recoleta plaza en la que la cofradía tiene su casa.

La profecía de Simeón, la huida a Egipto, el niño perdido, la calle de la Amargura, la crucifixión, el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús; siete cruces como siete puñales que atraviesan el corazón servita de la Virgen de los Dolores. La Señora de Córdoba venía sobre un lecho de flores blancas y sobre ella el mismo palio que cobija al resto de sus hijos, el cielo azul de una tarde de primavera.

Frente al antiguo hospital de la Caridad encontrábamos los franciscanos hábitos de la Hermandad de la Soledad. Desamparada a los pies de la cruz, la tela del sudario ondeaba suavemente como si su única intención fuese la de enjugar sus lágrimas sin distraer su tristeza.

Desde el Campo de la Verdad se aproximaba la Hermandad del Descendimiento. Las nuevas figuras de los santos varones desenclavan el inerte cuerpo del Redentor; mientras, a los pies de la cruz, la espera su Madre, María Santísima del Refugio que no encuentra consuelo en las palabras del discípulo amado.
A los sones de Virgen de los Estudiantes y acompañada por todo un barrio, cruzaba el puente de Miraflores el paso de palio de la cofradía. Nuestra Señora del Buen Fin lucía un nuevo tocado que enmarcaba su rostro recientemente restaurado por Francisco Romero Zafra.

""Y hacia la hora nona clamó Jesús con gran voz: "":Elí, :Elí, lemá asebaqtani""(Mt 27, 46). El Santísimo Cristo de la Expiración eleva su vista al cielo un momento justo antes de entregar su espíritu. A los pies de la cruz María Santísima del Silencio aparece abatida por el dolor. Entre las estrecheces que conforman las calles de la Judería cordobesa se colaban los sones de un repertorio clásico. En la atmósfera que creaban los sones y el incienso la última dolorosa coronada de la ciudad mostraba su sosegada pena.
Las calles se oscurecían y las voces se acallaban. El muñidor anunciaba la presencia de los penitentes, que como el Sancti Sepulchri advocatus, portan en su pecho la Cruz de Jerusalén. El retablo andante que es el paso de Nuestro Señor Jesucristo del Santo Sepulcro se colaba entre las tinieblas con su rojizo fulgor; la vista de los que allí se congregaban ascendía hasta el cuerpo del yacente.

Innumerables puntos de luz iluminan la escena que se aproximaba. Ni San Juan ni la Magdalena logran aplacar el desconsuelo de una Madre que acaba de perder a su hijo para la salvación de un pueblo que la acompaña en su duelo. Si alguna vez un cofrade soñó con la perfección, lo hizo despierto al paso de esta cofradía.

Cuando la puerta de la Iglesia de la Compañía se cierra es en realidad el libro de la Semana Santa el que lo hace; un libro que encontrará su epílogo el próximo domingo cuando Nuestro Señor Resucitado atraviese triunfante el umbral de la parroquia de Santa Marina de Aguas Santas."

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