"Pasaban las seis y veinte de la tarde. Caliope, entonaba los acordes que José de la Vega titulara como Valle de Sevilla. Las puertas de San Agustín se abrían como epílogo de otros Jueves Santos (el del ´36 o el de hace cincuenta años), pero no era jueves, sino día de los difuntos.
382 años atrás, el primero de noviembre de 1627, Juan de Mesa daba los últimos retoques a su obra y a su vida ante el silencio de la historia. El grupo escultórico que Fray Pedro de Góngora le encargara meses atrás, ya debía tener prácticamente la forma con que, cuatro siglos adelante, lo contemplamos de regreso al convento –ahora dominico-. Quizá, pasaba las horas con la mirada perdida en la madera, buscando la forma concreta, el trazo exacto que deja la esquirla, amontonándose, tras sus pupilas los recuerdos presurosos de su existencia, de sus obras, de la Espina que, por venerada, no le trajo un descendiente que lo recordara. Tal vez, las gubias estaban apartadas en una esquina del taller de San Martín, aguardando la luz del imaginero. Probablemente, el hombre estaba cansado, inquieto ante la certeza de su legado póstumo. Puede ser, que la Virgen de las Angustias, con su Hijo muerto –recién dispuesto sobre su regazo-, se viera con otro tono, como un recuerdo pretérito en blanco y negro.
Traídas de un pasado inolvidable, las Imágenes ya se adentraban por los muros conocidos –restaurados- de la que fue su casa tres siglos y cuarto. Avanzando por la nave central para mirar al frente y, justo después, a la izquierda, a su capilla. Aquel noviembre del ´27 queda en la distancia justa de una imaginación dirigida por lo que se sabe, se intuye o se inventa. Este noviembre de 2009 trae un anhelo o, quizá, una estampa irrepetible que recordaremos para siempre: la Virgen de las Angustias entrando en San Agustín.
Texto: Blas Jesús Muñoz"
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