"Apenas ha comenzado la semana y ya inicia su declive, pronto comenzamos la jornada del Miércoles Santo, son muchas y buenas las cosas que hay que ver. A las cuatro y media asistíamos en San Roque a la salida de la hermandad del Perdón, la popular “Bofetá”, que este año estrenaba los ropajes de los soldados que acompañan al sumo sacerdote Anás. Sobrecoge la expresión escéptica pero serena de Cristo, que no comprende la razón por la que es abofeteado, da la impresión de buscar con su mirada la complicidad de los ancianos acogidos en la vecina residencia del Buen Pastor, rostros ajados y desechos por las bofetadas que da la vida sin más explicaciones que un simple porque sí.
Difícil pero brillante la maniobra la que tienen que realizar las cuadrillas de costaleros de ambos pasos para poder franquear el cancel del antiguo templo conventual. Como siempre y como nunca, María Santísima del Rocío y Lágrimas, luce esplendorosa en su palio verde y grana, con esa cara de niña-mujer que ofrece su corazón a todos cuantos quieren acudir a Ella. Las calles de la vieja judería no son la aldea marismeña, ni los hermanos que la acompañan son hidalgos cabalgados pero, al igual que ocurre en Pascua de Pentecostés, sus hijos del Perdón acuden a Ella en peregrinación, buscando de ese rocío que vivifique la aridez de sus vidas.
Desde este bello enclave que diera cobijo a San Juan de la Cruz, nos dirigimos presurosos a San Basilio, donde el Señor de los hortelanos de aquellos pagos acaba de iniciar su recorrido por la ciudad, todavía se encuentra dentro del recinto que delimita la primera ampliación urbanística de la historia de la ciudad, allá por el siglo XIV, dentro del antiguo castillo de la Judería, donde se sabe querido y adorado por las gentes sencillas que todavía viven en las antiguas casas de patio, donde todo es de todos. Este año presentaba como novedades más destacadas los nuevos equipos de acólitos, tanto en su vestimenta como en ciriales y pertiguilla, que han sido realizados en alpaca plateada, mientras que Nuestra Señora del Amor lucía una nueva toca sobre manto, ejecutada por Mercedes Castro, que ha sido sufragada por un grupo de donantes.
Estremece contemplar el tránsito de la cofradía por el arco de Caballerizas, con el sol que comienza a declinar, provocando un intenso contraluz en el que se recortan como rayos, sobre el azul intenso de la tarde, las potencias del Señor, mientras que el palio rojo de María se deja querer por las jambas de la antigua puerta medieval, como no queriendo abandonar, ni siquiera por unas horas, la seguridad que le ofrecen las almas de los antiguos ballesteros que poblaron la collación.
Con inmediatez, ya de vuelta al interior de la antigua Medina, encaminamos nuestros pasos en dirección a la Real iglesia parroquial de San Lorenzo, donde esperamos encontrarnos, cara a cara, con el bello rostro que tallara Fray Juan de la Concepción, allá por 1723, el Señor de los panaderos, que cada viernes de mes realizaba, por los pagos del Marrubial, el ejercicio del Santo Vía Crucis, esa bella práctica de fe que introdujera en occidente nuestro Álvaro de Córdoba.
La plaza de San Lorenzo era un hervidero de almas, que quieren contemplar de cerca a ese Nazareno que fuera el centro de la devoción del recordado maestro, Juan Martínez Cerrillo, que camina hacia el Calvario precedió por largas filas de penitentes morado y oro, colores con sabor antiguo y regusto a promesas de otros tiempos, cuando las gentes sencillas no dudaban en vestir, durante años, el hábito de la hermandad, para “pagar” los favores recibidos. Detrás, en su sobrio palio de cajón, Nuestra Señora del Mayor Dolor, con su rostro de honda raigambre nazarena, mira al cielo pidiendo que pare el suplicio al que están sometiendo a su Hijo amado, que se detenga la barbarie del mundo que nos rodea para que reine el Amor.
De nuevo toca correr, esta vez nos vamos para la calle del Poyo, donde en su angostura esperamos encontrarnos con el Señor de la Misericordia. Elegante, fiel a sí misma, la hermandad nacida a caballo entre la Magdalena y San Pedro, ha sabido guardar sus señas de identidad a lo largo de los años, huyendo de modas más o menos fugaces. Este año la hermandad no presentaba estreno alguno, a la espera del gran momento de contemplar, con todo su esplendor, el magnífico paso que, siguiendo los modelos estéticos que en su día le confiriera José Callejón, según diseños de Rafael Díaz Peno y la dirección artística de Rafael Díaz Fernández, ha tallado al Señor de la Misericordia Andrés Valverde y que, en la actualidad, dora uno de sus más significados hermanos: Ángel María Varo Pineda.
Con la llegada del Señor a la entrada de la calle del Poyo, hoy de Juan de Mesa, el más significado hijo de la parroquia, la cal de sus paredes, el vuelo de sus balcones y las manos de sus hijos intentan, vanamente, las unas curar las yagas de Cristo, los otros ofrecer consuelo al Señor de los Señores y todos elevan sus plegarias impetrando una mirada suya que les ayude a paliar soledades, desencuentros, desamores, males de todo tipo y aspiraciones frustradas. Detrás llega su Madre Santísima, de malva y oro, que, en su Soledad, derrama sus Lágrimas como preciados diamantes que no procuran riqueza material pero que llenan las almas, de quienes acuden a Ella con el corazón limpio y contrito, del más rico de los tesoros jamás imaginados, de una felicidad en ningún tiempo cantada por poeta terreno, de una paz en absoluto alcanzada por el estadista más señero de la historia.
Contrapunto de la bulla que embota la calle del Poyo, ante la fachada del templo colegial de Santa Victoria, la hermandad de la Misericordia vive unos momentos de gran intensidad, donde el silencio y el recogimiento hacen honor al nombre con que se conoce, popularmente, a esta cofradía: el Silencio Blanco.
Como colofón a esta intensa jornada cofrade, nos dirigimos a los jardines de Colón, donde la hermandad de Nuestra Señora de la Paz y Esperanza vive su gran momento. No es que el lugar revista especial significado desde el punto de vista cofrade o religioso, pero sin embargo, es el punto donde los cordobeses podemos disfrutar de todo el esplendor de la Paloma de Capuchinos, y del imponente “barco” en el que su amado Hijo, Humilde y Paciente, es despojado de todas sus vestiduras para ser crucificado.
No para la hermandad de Capuchinos de engrandecer su patrimonio artístico, y este año nos ofrecía el estreno de 12 fanales de plata colocados sobre el respiradero del paso de misterio, realizados por Emilio León. Mientras que el artista boliviano Edwin González ha tallado los doce ángeles que van repartidos por el canasto. Por último, la firma madrileña, Bordados Perales, ha corrido con los trabajos de bordado de los faldones con lo que, prácticamente, queda concluido el paso del Señor. Mientras que la Paloma de Capuchinos, en su estación de penitencia, lucía un bellísimo puñal de plata, donado por el grupo de priostía de la hermandad.
Poco a poco, los alrededores de la fuente de la plaza de Colón comienzan a poblarse de un público expectante y bullicioso que espera participar, siquiera como espectador activo, de los momentos que se van a vivir en breve, primero llegaba el paso de misterio, con el romano indicando el camino de la cruz, andando con poderío, como sólo saben hacerlo los costaleros de razo, en cuestión de segundos el Señor se hacía con los corazones de todos, a los sones de la Agrupación Musical “Santo Tomás de Villanueva” de Ciudad Real. Luego, acompañada por su Banda Municipal de Huévar (Sevilla), llegaría la Niña de Martínez Cerrillo, la chicotá más sublime de Gálvez Galocha, el diseño imposible de fray Ricardo, sí era Ella blanca, etérea, inmaculada, inundando los corazones de cuantos allí nos congregábamos, de luz, Paz y Esperanza.
"