"Rafael Cuevas Mata.
Madrid.
Leonardo da Vinci dijo: “Escribe en una pared el nombre de Dios, y coloca frente a él su imagen, ya verás a cual de los dos la veneración se dirige”. Esta simple frase nos serviría para comprender la victoria de las imágenes sagradas frente a las luchas iconoclastas que, durante muchos siglos, el arte cristiano sufrió. Justificado quedó en el Concilio de Nicea, en estudios o escritos posteriores, la necesidad de culto hacia las imágenes que atraigan la religiosidad del fiel e irradien una sacralidad capaz de conmover al pueblo cristiano.
Un recorrido temático por las obras más célebres de la pinacoteca del Prado dedicadas a la vida de Cristo, se puede realizar estos días con motivo de la celebración en Madrid de las XXVI Jornadas Mundiales de la Juventud. El Museo del Prado ha preparado un itinerario denominado: La Palabra hecha Imagen, marcado a lo largo de todos sus pasillos y galerías, en los que se pueden observar trece obras maestras del arte cristiano. Desde la célebre tabla de La Anunciación de Fra Angelico a la portentosa obra de Rubens: La Adoración de los Reyes Magos, pasando por la delicada escena de La Trinidad del Greco, el sobrecogedor lienzo del Crucificado de Velázquez o el simbólico Agnus Dei de Zurbarán.
Pero si hay una obra que destaca en este recorrido expositivo, es el especialísimo préstamo que los Museos Vaticanos han otorgado al Museo del Prado con motivo de la celebración en Madrid de las JMJ. Se trata de El Descendimiento, de Caravaggio. Obra pintada entre 1602 y 1604 para el altar mayor de la conocida como Chiesa Nuova de Roma (Iglesia de la Vallicela) que la familia Vittrice poseía. El maestro crea un esquema compositivo compacto, formado por el grupo que se recorta sobre un fondo oscuro. Nicodemo vuelve su mirada al espectador haciéndolo partícipe del momento en el que deposita, junto a San Juan Evangelista, el cuerpo de Cristo sobre una losa de piedra, señalada por el dedo inerte de Cristo. Detrás el grupo de mujeres, en el que destaca la serenidad de María, lo delicado de María Magdalena al secarse las lágrimas o la congoja de la amargura de María de Cleofás que la hace alzar sus brazos al cielo. Un tremendo impacto monumental, dramático, acentuado por el violento claroscuro, es la sensación que esta obra provoca en el espectador. Sin olvidar, por supuesto, la sacralidad cristiana que enciende al fiel que lo observa.
Gracias a la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud en nuestro país, podemos disfrutar, todos y cada uno de los jóvenes cordobeses que hasta aquí hemos llegado, de esta obra que, por gentileza de los Museos Vaticanos, pasará el verano en España.
Al concluir nuestro recorrido temático en el Museo del Prado por las obras maestras del arte cristiano, nos cabe recordar las palabras de San Juan Damasceno: ""En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios... Con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor... La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración"".
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