Actualidad

De la Semana Santa cordobesa

28/03/2009

Javier Tafur Asensio pregona la Semana Santa

Apenas quedaban unas horas para el Domingo de Pasión. Francisco José Mellado había presentado ya al pregonero. Se acerca ya el momento, Javier, y me viene a la memoria la espera en la galería del patio del que fue colegio de los jesuitas. Nazarenos que recuerdan las palabras de agustino fray Pedro de Valderrama, en su Ejercicio y Plática para las cofradías de Disciplinantes: “las túnicas, unos arneses; los capirotes, unas celadas; los escudos, divisas”.

El atril era -a esa hora en la que Javier Tafur lanzaba a Córdoba su proclama- el balcón intacto del tiempo, que se resta con la yema de los dedos. La Semana Santa retomaba el pulso certero de su ciclo latente en la voz que inundaba las plateas, invocando al rey Santo: “Con la venia de mi señor y rey San Fernando, que devolvió estas tierras a la cristiandad (…)Por San Fernando una cruz puede presidir este acto (…) Por San Fernando tenemos una Semana Santa que pregonar”.

No ha sido un Pregón al uso. Denso en su contenido; fértil en la reflexión; su prosa sugerente, capaz de evocar al oyente ávido de sensaciones compartidas. Ha avanzado por el patio de butacas la palabra que hace frágil el alma que ansía la llegada inminente del instante que llevaba un año sin pregonarse. Le belleza hiriente de sus párrafos han colmado la escena de la sublime confusión entre literatura, teología y filosofía. “Sin embargo, hay agujeros negros en la vida de un hombre. Son momentos en los que la pena se lo lleva todo, momentos en los que la garganta se vuelve hacia dentro para tragarse el alma. Momentos que no se ahogan ni en la amarilla tiniebla del vino”.

A partes iguales, como si de un Petronio coetáneo y manierista, inspirado sólo por el lujo incólume de la fe, el teatro ha vivido la atmósfera distinta de los días que anhelan los cofrades. Especialmente vibrante ha sido el tono escogido para la Virgen de las Angustias: “Y Ahora, María, de nuevo lo tienes en tus brazos. Ahora, otra vez, es enteramente tuyo. Pero está muerto y tú no lo entiendes. Por eso Dios ha tenido que llamar a Juan de Mesa, para que te lo explique, para que te explique lo inexplicable, para que te explique como puede una sencilla mujer ser madre de ese hijo (…)Ahora si es enteramente tuyo. Juan de Mesa ha sabido explicártelo. Y tu rostro refleja el conocimiento, duro, ácimo, único, terrible, bello, magno, inmenso, omnisciente conocimiento. ¡Ahora tu rostro refleja, Virgen de las Angustias, que te sientes, que sabes ser, que eres, por encima de todo, la Madre de Dios!”

Y el Pregón concluye, con la Semana Santa a un paso cansado de la Cuaresma. Los recuerdos vuelven. La pérdida anega los días. El pregonero llama a la infancia en un interlineado que evoca a Marina, a la hija que se fue. Una simple crónica no puede aspirar a explicarlo. Tan sólo su despedida es merecedora de la ovación en que se ha convertido: “Y por eso, yo se, Marina, que, si no pierdo tu infancia, y si no pierdo del todo la mía, algún día te reencontraré, más allá de los puertos grises, más allá del mar y de las montañas azules, más allá de la cruz y de la sangre de tu enfermedad, más allá de la muerte, más allá de la nada, al fondo de todo, en el último bolsillo de Dios, junto al recuerdo de un beso en una estampa de la Virgen de la Alegría…”

Texto: Blas Jesús Muñoz Priego

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