"Casi se pierde ya en la memoria la visión de Nuestro Padre Jesús entrando triunfal en Jerusalén y encaramos la recta final de nuestra semana mayor. Vivimos ayer uno de esos días con sabor a añejo, con sabor a Córdoba.
Con el sol aún muy alto se abrieron las puertas de la nave que la Hermandad de la Cena tiene junto a la parroquia del Beato, santo para los cordobeses, Álvaro de Córdoba. Majestuoso apareció el misterio de Nuestro Padre Jesús de la Fe que se dirige a su barrio diciéndoles: “Tomad y bebed todos de Él, esta es mi sangre...”
A cada chicotá que el misterio daba por Poniente se hacía patente al perfecto binomio que forman Hermandad y barrio. Y mientras avanzaban hacia el centro de nuestra ciudad hay quien no pudo evitar echar la mirada hacia atrás, donde quedaba María Santísima de la Esperanza del Valle esperando el regreso de sus hijos que saben que, en un futuro no muy lejano también Ella los acompañará en la labor evangelizadora que realizan cada Jueves Santo.
Ante una abarrotada plaza del Padre Cristóbal comenzaban a salir los penitentes de la Hermandad del Nazareno. Tras una densa nube de incienso apareció el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno que nos dejaba ver al Señor de los señores sobre su bellísima peana de plata del siglo XVIII. La imaginación vuela hasta llegar a ver como la devoción más importante de Córdoba hacia estación de penitencia en la mañana del Viernes Santo.
Un golpe seco de martillo nos hizo regresar al presente. Ahí estaba María Santísima Nazarena bajo su original palio de plata y marfil. Su patética belleza atrajo la mirada de cuantos se agolpaban a su paso.
Cuando la noche ya había caído, la hermandad hizo estación de penitencia en la Iglesia de San Andrés desde la cual se dirigió al encuentro de las monjitas hospitalarias de Jesús Nazareno, que velarán por las Imágenes el resto del año.
En la plaza de Santa Marina irrumpieron los ciriales y el humo del incienso, las personas que allí se congregaban y que fueron testigos del discurrir de un buen número de nazarenos se mantenían expectantes. De repente apareció el paso caoba de Nuestro Padre Jesús Caído y sobre éste esta Imagen de autor anónimo pero que los más grandes se querrían atribuir. Caído el señor con su mano derecha sobre la roca intentando levantarse, todos los que allí se congregaban querían ser el angelote que ayuda a portar al Señor el pesado madero.
El paso de palio de Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad hizo acto de presencia a los sones de la Estrella Sublime, interpretada por la banda de la Esperanza en el primer año que acompañaba a la titular mariana de la Hermandad.
Cuando uno se encuentra de frente con el paso neogótico del Esparraguero da gracias a don Andrés Lindo por el regalo que hizo a Córdoba. Las dimensiones de la Imagen del Santísimo Cristo de Gracia y los signos de la pasión en su cuerpo le hacen a uno contener la respiración. A sus pies San Juan, la Magdalena y María Santísima de los Dolores y Misericordia compartían el dolor de toda Córdoba por el hijo muerto.
Entre naranjos aparecían los rojos capirotes de los nazarenos de la Hermandad de la Caridad. Lentamente pasaba ante uno el rico guión procesional. Casi sin percatarse se escuchaban los sones de la banda del Tercio de la legión y nos encontramos de frente con la Imagen del señor de la Caridad.
Los costaleros, que el año pasado lo hicieron con la voz, rezaban esta vez con los pies a los que se les escuchaba decir:
Stabat Mater dolorosa
Iuxta crucem lacrimosa,
Dum pendebat filius.
Cuius animam gementem
Contristantem et dolentem
Pertransivit gladius.
Ya es Viernes Santo cuando el grupo escultórico que tallara el cordobés Juan de Mesa regresaba a la plaza de San Agustín. Entre saetas quedó ante la puerta de la Iglesia que un día perteneció a los monjes Agustinos. A los sones de la marcha que para Ella creó Enrique Báez comenzó a alejarse con el deseo callado de todos los que en la plaza se congregaban de que algún día el barrio de San Agustín dejará de ser lugar de paso.
A medio camino entre el Jueves y el Viernes Santo aparece la madrugada cordobesa. Sobre un calvario de claveles rojos y en un mar de negros nazarenos el señor de la Buena Muerte reconforta a los que lo esperaban en el patio de los naranjos.
El sonido del fleco de bellota de la Reina de los Mártires sobre los varales guardaba una frecuencia parecida al latir de un corazón. Un corazón que en esta jornada maratoniana ha vivido y ha bebido de Córdoba, de sus tradiciones, de su gente, de su Semana Santa.
Fotos: A. Poyato"
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